Frases y escritos



- "La mejor herencia que nos legaron, es nuestro propio apellido".



- "Nuestro ADN... una molécula que enlaza las generaciones y nos conecta en forma directa con nuestros antepasados". 



- "Reconocer y honrar las almas de quienes nos precedieron es una forma poderosa de reencontrarnos con nuestra historia y nuestros orígenes". 



- "Las generaciones pasan como caen las hojas de nuestro árbol de la vida. Sobrevivimos a nuestros antepasados cuando atesoramos nuestra historia familiar, sus recuerdos, cultura, vivencias y anécdotas en escritos para revivir sus memorias y así poder comprender, quiénes somos y de dónde venimos". 



- "Cuando las raíces son profundas, no hay razón para temer al viento".



- "Nuestra ascendencia nos enseña la importancia de preservar la memoria histórica y transmitir las historias de nuestros antepasados; como herencia e identidad familiar de cada individuo, manteniendo el equilibrio entre lo temporal y lo eterno, lo viejo y lo nuevo". 



- "Cuando sanes tu alma, sanarás también a tus ancestros, y al hacer este acto de amor, te convertirás en el antepasado que dejó la semilla de sanación para las futuras generaciones". 



- "Somos el fruto del árbol de nuestra historia, narrada en el libro del universo".



- "En nuestro código genético llevamos impreso el legado de nuestros antepasados.
En ese ADN habitan memorias celulares que guardan emociones, vivencias y heridas heredadas.
Cada uno de nosotros es una página viva en la historia ancestral de nuestra familia.".
 



- "El recuerdo de nuestros antepasados vive en la belleza de las flores, que fueron cultivadas en la memoria y el amor de nuestro corazón". 



- "Nuestro apellido trae consigo no sólo historia y geografía, sino también identidad. Quienes portamos el apellido COSTAMAGNA, compartimos no sólo líneas genealógicas sino también tradiciones, dialectos y peculiaridades propias de la zona de origen de nuestros antepasados". 



- El apellido COSTAMAGNA, encarna un legado de acontecimientos e historias humanas que merecen no sólo ser preservadas sino también celebradas, ya que representan la trama viva de sucesos de nuestra sociedad, un diálogo incesante entre pasado y futuro (lo que fue y lo que será).



- "Las almas de nuestros antepasados COSTAMAGNA descansan en las páginas del gran libro de la vida, escrito por la mano amorosa de Dios, donde sus historias, sueños y aprendizajes están grabados con tinta eterna. En las noches silenciosas, esas almas despiertan, se elevan desde las letras y vuelan hacia el universo, conectándose con las estrellas. Allí, entre constelaciones y susurros de galaxias antiguas, siguen guiando nuestro camino, recordándonos que no estamos solos, que somos parte de una red sagrada de memoria, amor y sabiduría ancestral tejida por el Creador".



- "En los dorados campos del norte de Italia, donde cada día, como en un antiguo ritual, el sol se alza al amanecer como eterno guardián del paso del tiempo, las colinas verdes guardan en su silencio la historia de la familia COSTAMAGNA. Un linaje que se erige sobre un legado de orgullo, descendiente de generaciones de ancestros laboriosos y tenases, cuya herencia dio forma a un árbol familiar entrelazado con hebras de honor, perseverancia y memoria inmortal".



- "De nuestras raíces COSTAMAGNA brota la luz que nos une: somos el fruto de amores pasados, iluminando el presente con el fulgor de un instante eterno donde dos almas se abrazan bajo el árbol de la vida, y en donde cada rama es un susurro ancestral y la memoria encendida de quienes amaron antes de nosotros."



- "Bajo el árbol sagrado de la existencia, donde confluyen raíces ancestrales y ramas frondosas que abrazan la eternidad de las estrellas, los ancestros despiertan: sus voces de luz infinita y silencio profundo forjan el destino de quien se atreve a caminar el sendero del alma."



- En el día del amigo...



- "Desde un cielo encendido por el fuego del alma inmortal... así como el ave fénix, nuestros ancestros se alzan majestuosos hacia la luz, llevando consigo la esencia de quienes cruzaron el umbral.
Mientras sus descendientes, firmes sobre la tierra, como guardianes silenciosos... custodian los vestigios, memorias y el resplandor de un vínculo perpetuo que, como aquella llama eterna, siempre renace."




Las fotos olvidadas que atesoraban los abuelos.

Hay momentos que pasan desapercibidos en muchas familias, generalmente cuando los abuelos ya se han ido. Es ese instante suspendido en el tiempo, cuando alguien —una hija, un nieto, una sobrina— abre una cajita cubierta de polvo, una caja de lata abollada, o un álbum con el lomo desgastado por los años desde el fondo de algún ropero… allí están.

Las fotografías.

Blanco y negro. Sepia. Algunas, apenas respirando entre el papel gastado. Las mirás, y de pronto, pareciera que se abriera una ventana hacia otro siglo. Rostros diversos, personas vestidas de domingo, miradas serias pero cargadas de solemnidad. Posaban con la formalidad de quien intuye que ese pequeño rectángulo será, algún día, lo único que quedará de ellos y su historia.

Los abuelos las miraban como quien custodia un tesoro del alma. Las tomaban entre dedos temblorosos, con una mezcla de ternura y respeto, y al tocarlas, despertaban mundos dormidos:

«Acá está mi nono Pedro, que vivía en Felicia», decía la nona con voz emocionada.

«Esta, es tu tía abuela Asteria, pobrecita... la que partió tan joven»

«Tu bisabuelo José, el que llegó en 1908 acá a San Guillermo...»

Y con cada foto, no solo resurgía un nombre, sino también una escena antigua, un gesto, una historia narrada con detalles entrañables y la calidez de aquellos que aman lo que rememoran.

Porque eso eran: fragmentos de una ascendencia, trozos del fuego que conformó nuestra esencia. Raíces invisibles que, aunque no las veamos, siguen nutriendo lo que somos.

… Y recuerdo que mis abuelos, visionarios y con esa lucidez amorosa que da la experiencia, me mostraron uno a uno los rostros en esas fotos. Me indicaron sus nombres completos y el parentesco. «Anotá», decían, «para que cuando nosotros no estemos, ustedes sepan quiénes son». Y así lo hice. Porque entendí, desde entonces, que la memoria es un acto de afecto, y que mencionarlos es una manera de honrarlos.

Pero luego —como sucede tarde o temprano con quienes tanto amamos, y sin pedir permiso— los abuelos se van. Y las fotos quedan.

Reposan mudas, solas, esperando esas manos que nunca más regresarán. Nadie las observa en las noches tranquilas. Nadie recuerda si el de la esquina era primo o un viejo vecino. Nadie escucha las historias que susurraban cada imagen.

Y así, poco a poco, se apagan. No solo en su nitidez, sino también en la memoria.

Se convierten en viejos retratos, sin relato. Reliquias sin testigos. Terminan en cajones que ya nadie abre o, peor aún... desechadas, quemadas, condenadas al olvido.

Y con ellas no se pierde solo una imagen. Se rompe un lazo invisible que nos unía con nuestros ancestros. Porque no somos solo lo que vemos en el espejo. Somos también las voces del pasado que nos antecedieron, los silencios que nos moldearon, los rostros que nos soñaron antes de que llegáramos.

Y a veces, al mirar con detenimiento, descubrís un parecido: rasgos faciales, la forma de los ojos, la curva de una sonrisa. Y en ese instante comprendés que, aunque no lo hayas conocido, una parte de ese familiar todavía permanece en vos, atravesando el umbral del tiempo, como si desde algún rincón del ayer, siguieran recordándonos quiénes somos y de dónde venimos.

Quizás un día, alguien —un descendiente curioso, un buscador de almas— encuentre una de esas fotos y se pregunte:

¿Quién era esta mujer de ojos profundos?

¿Quién es este niño con tirantes y expresión tan particular?

Y entonces, tal vez, la historia vuelva a florecer.

Porque mientras exista una foto, mientras alguien observe con asombro y sienta curiosidad... la historia no se apaga, ni la sangre se olvida. Siguen hablando los rostros. Siguen latiendo los recuerdos y una parte de nosotros, también persiste.


MARCELO COSTAMAGNA